lunes, 15 de diciembre de 2014

Cuando la moda no nos queda

Ir de compras es delicioso excepto cuando al maniquí mocho le queda mejor la ropa que a una. Odio eso y los vestieres sin espejo.

Pero bueno, no hay que darse tan duro en la cabeza... yo sí prefiero que me sobren unos centímetros de panza y no que me falte un brazo o una pierna como al maniquí.

Orgullosamente pertenezco al 99% de las mujeres que no encajan perfectamente en las medidas tradicionales sobre las que producen -masivamente- la ropa hoy en día. En mi caso, no alcanzo a medir ni el metro y medio de estatura y además de golpearme la frente con la mesa del comedor y tener que usar la escoba para alcanzar la salsa de tomate en la nevera, toda la vida he tenido que adaptar la ropa a mis medidas para poder vestirme como yo quiero.

Aún no sé por qué a la gente le sigue pareciendo chistoso decirme que vaya a la sección de Niñas de los almacenes a comprar ropa... y que soy muy afortunada porque supuestamente ahí es más barato! brincos diera!!. Igual, no me molesta ir a la sección de Niñas una que otra vez para encontrar leggins o medias de cashemira... pero... de ahí en adelante pare de contar.

Gracias a mis 145cms de estatura, aprendí a 'subirle la bota' (ruedo, falso o dobladillo que llaman en algunas otras partes) a los pantalones y a las faldas. También me volví experta en correr botones, poner cremalleras y hacerle prenses a las blusas para remarcar la cintura. Incluso cuando mi hijo iba a nacer, le hice un forro al colchoncito de la mesita donde le cambio los pañales, y en esa época no tenía máquina de coser, lo hice a mano. Costurera a mano nivel: Abuela Ninja!

Pero ajustar la ropa no es lo único que he hecho con mis pequeñas y preciosas manos. Cuando era niña, mi placer más grande era acompañar a mi mamá a la tienda de costura para que me comprara canutillos, lentejuelas, mostacillas y demás chucherías que vendían allí. Para mí, ese plan era aún mejor que ir a comer helado -ok puede que aquí esté exagerando pero... se acerca-.

Me encantaba llegar a la casa con mis bolsitas de colores e inundar los cuellos de mis camisetas y los bordes de los bolsillos de los jeans con dichos colgandejos. Hoy en día recuerdo lo feliz que era, no tanto por las pepas colorinches de mi ropa... sino porque mi ropa era diferente a la de los demás. Y ser diferente me hizo sentir especial.

Así que cada vez que voy a un almacén y me mido una prenda de vestir, obviamente espero que me quede bien... pero si no, en vez de ponerme a llorar por lo gorda, o lo bajita, o lo flaquita o lo que sea... respiro profundo y le doy gracias a Dios porque tendré una posibilidad menos de llevar una blusa igual a la de mis compañeras de trabajo.

Por otro lado, si la prenda realmente me gusta tanto... me la llevo en una talla más grande para poder adaptarla exactamente como quiero...

Ya quisieramos que adaptar un hombre a nuestras medidas fuera tan fácil!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario